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Perspectivas

Santiago Lange: “No fue una batalla, fue una enseñanza”

Revivimos, junto al campeón olímpico argentino, el camino de aprendizaje que le dejó su experiencia personal ante el desafío de la adversidad.


Por el equipo editorial de Aprender Salud. Nota publicada en la revista impresa, Junio 2017.


Su historia dio la vuelta al mundo. Aunque Santiago Lange ya era una leyenda en el deporte argentino, la medalla dorada obtenida en los Juegos Olímpicos Río de Janeiro 2016 -la primera en la historia de yachting y tras haber sido operado meses antes por un tumor en su pulmón- lo convirtió en héroe, en hacedor de una hazaña única.

Pero no fue por eso que decidimos entrevistarlo. Nos acercamos -gracias a un amigo correntino en común- buscando conocer qué recursos puso en juego durante el proceso que debió atravesar, con qué reservas contó para enfrentar a la adversidad. Y desde esta óptica, buscando propiciar la reflexión de los lectores sobre sus propios desafíos, nos embarcamos en una profunda charla con Santiago, la persona detrás del héroe.


Leyendo otras entrevistas encontramos que la mayoría de los medios cuentan que lo tuyo fue una batalla contra el cáncer. ¿Vos cómo lo viviste?
-Lo que la prensa pone no es verdad, para mí no fue una batalla, yo lo viví bien pero a la gente le gusta poner que sufriste o que superaste algo difícil. Para mí no fue una etapa tan negra como la gente quiere pintarla. Esto se lo digo a todo el mundo, pero lo ponen de otra manera porque ellos lo viven de otra manera.

Yo lo recuerdo como un año muy especial, que me dejó un montón de enseñanzas, que me unió a mis hijos... Y no recuerdo a la enfermedad como algo malo. Sí recuerdo subirme al auto después de salir del hospital con el diagnóstico y ponerme a llorar. Pero llorar ahí, cinco minutos, y después estar mirando para adelante. No es que tuve un sufrimiento constante, la verdad es que soy bastante arisco cuando me pasan esas cosas, yo siento que tengo que aprender.

A nosotros nos sucede que, en el Hospital, vemos que los desafíos no se atraviesan en soledad. ¿Cuál fue el rol del entorno, tu familia, tus seres queridos?
-Mis hijos, mi familia y mis amigos estuvieron súper cerca y, obviamente, te dan fuerza. Mi equipo, Ceci, Dani Espina, Mateo, y como vos dijiste, el entorno te da una fuerza enorme. Me ayudaron a estar preparado mentalmente, me tomé mucho tiempo, me enteré en marzo y me operé en septiembre. Le dediqué mucha energía, era mi prioridad.

“Fue un año muy especial, me dejó un montón de enseñanzas y me unió a mis hijos. No recuerdo a la enfermedad como algo malo.”

¿Cómo fue ese proceso?
-Exploré todas las opciones posibles de tratamiento, no me quería operar sin saber que era la mejor opción. Obviamente, todos los médicos con los que me crucé me dijeron “te tenés que sacar esto ya”. Yo fui tirando con responsabilidad de la soga para intentar entender realmente, hasta que en un momento me di cuenta de que estaba jugando con fuego, me tenía que operar. También intenté con las medicinas alternativas, que fue una experiencia interesante porque estas se “juegan” cuando tenés un resfrío o una cosa simple. Pero cuando le decís que tenés cáncer y te quieren sacar el lóbulo, arrugan como unos campeones. Eso me gustó también, cuando hay algo grande, es la medicina científica la que se juega.

¿Pensabas en recuperarte para los Juegos Olímpicos?
-No, en ese momento la campaña olímpica me importaba tres pepinos. Desde ese 15 de marzo que terminamos el torneo, para mí lo importante era la salud. Es más, mucha gente me decía “vos estás frenando esta operación porque querés ir a los juegos”. Y no, lo principal era mi cuerpo, la campaña olímpica no tenía ningún sentido, ningún lugar en mi cabeza.

¿Vos sabías que el posoperatorio podía ser complicado en el sentido del dolor o las complicaciones? ¿Cómo fue la recuperación?
-La operación terminó a las nueve de la noche y a las diez de la mañana del otro día yo estaba en terapia intensiva, llega el médico y me dice ¿caminaste? ¡No ves que estoy todo conectado! (risas). Ya ese día me hicieron caminar y todos los días que venía a visitarme a la habitación me preguntaba ¿cuánto caminaste hoy? Me dieron ejercicios para manejar la respiración y yo estaba todo el día haciéndolos. Ellos me motivaban, me decían “no pares” y a mí me gustaba. Trataba de leer mi cuerpo y me gustaba la motivación.

¿Dónde encontraste la motivación?
-Cuando empecé a caminar -a los cinco días ya caminaba cinco kilómetros y a los diez días ya estaba andando en bicicleta- yo decía “la verdad es que toda la gente cree que estoy haciendo esto para llegar a los Juegos Olímpicos y no, lo que yo quiero es una linda manera de transitar esto”. Si vos tenés una motivación de curarte rápido, todo ese camino se hace más bonito, tenés algo por qué luchar.

Si, en cambio, terminaste la operación y decís “el cuerpo se va a curar”, te quedás ahí, estás cómodo porque te sentís mal, tomas una actitud pasiva que no te hace sentir bien, tenés miedo porque te va a doler...

Todo lo que hice -pedalear 150 km en veinte días, por ejemplo- no fue sólo porque quería estar bien para Río, sino una motivación, hacer algo para curarme rápido y hacer mi vida normal lo antes posible. Y esa motivación es muy importante para curarte. Yo creo en tener la motivación de que uno es dueño de su destino, de lo que le tocó vivir. Creo que cada uno de nosotros vive una película, hay gente que le toca nacer en África, otros en Estados Unidos. Cada uno tiene su escenario, donde transcurre su película, y uno es dueño de esa película que le tocó, dentro de algunas limitaciones, por supuesto. Pero dentro del escenario que nos toque bailar, uno tiene que ser consciente de que tiene un control de su destino. Eso es lo que entiendo por motivación, lo que te lleva a disfrutar lo que te está pasando.

¿Creés que esta motivación, estos recursos que te sirvieron en el camino de la recuperación, ya los tenías con vos? ¿Pensás que se puede transmitir esto a los demás para que aumenten sus reservas de salud?
-Para mí sí, es una visión interesante, como lo que hacen ustedes con esta revista para que la gente que lea los artículos pueda ver las cosas de otra manera. Hoy te digo que sí porque lo veo a través de las redes sociales, me escriben, me agradecen porque les serví de inspiración, quizás con una simple respuesta o un mensaje de apoyo. Yo lo hago con gusto, me llena de alegría, recibo un montón de cariño, siento que la vida me dio el privilegio de poder ayudar, a mí que soy un simple deportista, un arquitecto. Obviamente que va a haber gente que va a tener la capacidad de motivarse con ello y otra gente que no, la verdad es que uno no puede cambiar a los demás.

¿En otros contextos también intentás transmitir esta experiencia?
-Cuando vengo a hablar acá en el club (N. de la R.: el Club Náutico San Isidro, lugar en que se realizó la entrevista) digo que, si queremos enseñar a navegar a los chicos, lo más importante es que se den cuenta que tienen un deseo, que les gusta navegar, que quieren ganar una regata, que depende de ellos. Porque hoy, en el deporte, las estructuras son tan sofisticadas que a los chicos le damos todo masticado. Entonces, escuchamos que dicen “no gané por mi entrenador, por el barco...” ¡No, depende de vos!

Yo siempre les pregunto a los entrenadores, cuando se rompe un barco en una competencia ¿quién lo manda a arreglar? ¿El padre, la madre, el entrenador o el chico? Obviamente que el chico es el último en la cadena hoy en día. Recuerdo que, cada tanto, volvía a tomar mate con la persona que me enseñó a navegar. Hace unos diez años, le pregunto: “Giménez, ¿está viniendo algún crack a navegar acá? El me contestó: “Santi, yo no conocí a tu viejo”. Y eso era porque querer navegar pasaba por mí, ojo que mi viejo navegaba muy bien, fue a los Juegos Olímpicos, cruzó dos veces el Atlántico pero no sabía que yo estaba navegando. Es una decisión de uno y eso pasa en todas las escuelas de la vida, en cómo educamos a la gente, que descubra lo que quiera hacer y lo haga por sí mismo.

¿Qué aprendizaje te dejó para la vida un deporte que a diario se pone frente a frente con la naturaleza, en una pequeña embarcación en medio del mar?
-Todo. Por eso digo que es tan importante el deporte en las sociedades. No sólo el deporte del fin de semana, que es importante para la salud, porque está bueno que la gente no sea sedentaria. Los escandinavos invierten en deporte porque se ahorran en salud y eso está comprobado.

Pero está el deporte que enseña valores y esos valores son súper importantes para la sociedad. Si vos fuiste formado como deportista, trabajaste mucho tu personalidad en cuanto a la adversidad, en cuanto a la superación, en cuanto plantearte un objetivo para cambiar algo, todas esas herramientas a mí me ayudaron a transcurrir lo que me tocó. Porque nosotros competimos contra la naturaleza. Y la naturaleza es todo poderosa.

Yo corrí la vuelta al mundo y, cuando vos estás en el medio del océano y te quiere pegar, te das cuenta que no existimos, en dos minutos te ubica y te dice: “flaco, acá yo tengo un capricho y voy a hacer lo que quiero con vos, arreglate como puedas”. Entonces, la enseñanza en nuestro deporte en ese sentido es enorme. Yo llegué a sentir que no pasaba nada si me moría, me daba lo mismo. Pero, eso sí, nunca había que dejar de remarla.

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