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Aprender Salud

Mi experiencia en la internación

Margarita Schultz forma parte de la comunidad y debió atravesar este desafío ante un problema de salud. Comparte su experiencia.

Margarita Schultz forma parte de la comunidad y debió atravesar este desafío ante un problema de salud. Comparte su experiencia en esta nota que ella titula “Cantando al sol como la cigarra”.

“Y a la hora del naufragio
y la de la oscuridad
alguien te rescatará
para ir cantando”

María Elena Walsh

Ser una/un internada/o en un Hospital es algo singular: es estar allí un día y otro día y otro día padeciendo una enfermedad, muchas veces en desamparo; ver con ojos entre-abiertos cómo va cambiando la luz, desde la casi inmovilidad que representa la cama hospitalaria. 

Es asistir a la penumbra de la tarde que progresa hasta hacerse noche, a la oscuridad penumbrosa de la noche sobre la cual avanza la luz del amanecer hasta tornarse día. 

También, es conocer y comprometerse con la persona con la cual se comparte la habitación -cuando es compartida- y que experimenta su propio padecimiento.

En ese contexto se realiza la labor de los profesionales de la salud: desde los médicos hasta el personal de aseo, desde las enfermeras hasta los técnicos en equipos (como quienes toman radiografías o electrocardiogramas en la habitación del paciente) … 

Los detalles de la búsqueda de información pueden parecer detectivescos aun siendo científicos. Los médicos buscan información acerca del padecimiento del paciente por medio de exámenes diversos: placas, muestras de sangre, palpaciones, radiografías, toma de presión, cantidad de pulsaciones, oxigenación en la sangre… ¡es tan amplio el repertorio! Y esa tarea representa solo un paso del total para el diagnóstico y la terapéutica… 

Los refuerzos que se suministran cuando es necesario -sangre, hierro, entre otros- llevan cada cual su tiempo, su ritmo; las enfermeras pasan con frecuencia, para controlar que el goteo esté correcto. No deja de asombrar cómo ellas pueden realizar sus ‘controles’ en la casi-oscuridad por la noche, manipulando jeringas o medidores de presión con precisión y eficacia.

Pero, para un paciente, tal vez lo más importante sea la calidad humana de quienes lo auxilian en el propósito de restaurar su salud perdida. 

Esas miradas comprensivas, esas cálidas palabras de aliento, esas explicaciones claras y detalladas del Jefe del Equipo y sus médicos asistentes, esas preguntas por ¿Cómo estás?... Todo ello tiene un valor reconfortante y sanador que nadie sino el paciente puede sopesar bien. 

El modo como los médicos interactúan humanamente entre sí como equipo, al ser advertido por la/el paciente, se convierte en preciado sostén para la fe y esperanza de quien se encuentra en esas circunstancias.

Durante días toda esa gente maravillosa labora en rescatar a la persona enferma desde el fondo del pozo donde ha caído, llevarla/o hacia la superficie; ellas/os son los creadores de las nuevas ganas de vivir…

Estoy hablando, por cierto, del Hospital Italiano de Buenos Aires.

Y qué hermoso es salir con vida a la vida, a la calle con su bullicio, a la brisa, a ver el color del cielo después de una semana de internación: “cantando al sol como la cigarra, después de un año bajo la tierra, igual que sobreviviente, que vuelve de la guerra…”

Paciente Margarita Schultz